¿Llevarse las toallas de los hoteles es robar? (Adaptado de la noticia de Isidoro Merino publicada en El País el 11 de mayo de 2011)
¿Quién no ha echado alguna vez en la maleta, al dejar la habitación, el frasco de champú, el kit de costura, el peine, el cepillo de dientes, la caja de cerillas, el lápiz, el bolígrafo, o uno de esos indescriptibles gorros de ducha con agujeritos que jamás usará, o ese bonito cenicero que tienes ahora mismo delante?
No te sientas culpable, tu cleptomanía es moderada. Los hoteles dejan allí esos regalitos para que los clientes se los lleven. No, el secador de pelo no es un regalito, ni tampoco el albornoz.
¿Dónde acaba el souvenir y empieza el cuerpo del delito? La toalla, ese oscuro objeto de deseo (....................... casi siempre son blancas), marca la frontera entre lo que la dirección del hotel considera normal que el cliente se lleve como recuerdo y lo que ya no le hace tanta gracia. Cientos de miles de toallas desaparecen cada año de los hoteles del mundo, lo que supone un enorme coste para las grandes cadenas, sobre todo desde que subió el precio del algodón con el que se fabrican.
Algunos hoteles han tirado la toalla, valga la redundancia. La cadena estadounidense Holiday Inn, que pierde más de medio millón de unidades cada año, declaró en 2008 el Towel Amnesty Day, en el que concedía un indulto simbólico a quienes, a lo largo del más de medio siglo de historia de la cadena, decidieron secarse en casa con alguna de sus toallas.
(Adaptado de la noticia de Isidoro Merino publicada en El País el 11 de mayo de 2011)
De acuerdo con el texto que acaba de leer: