Texto 2
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
MÁRQUEZ, Gabriel García. Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana, 1994. p. 9.
La palabra “diáfanas” (l. 3) puede ser sustituida, sin pérdida de sentido, en el texto, por: